Una carta de amor tejido entre poemas

Una carta de amor tejido entre poemas

Durante mi vida he tenido el don, o la maldición, que muchas personas me cuenten sus amores. Por azares del destino, valiosas cartas, evidencias de estos, han caído en mi poder y los he coleccionado como una prueba de que la humanidad tiene la capacidad de conmoverse; que existe un algo que nos hace seres sintientes y que de una u otra forma nos hermana.

Quisiera compartir una de ellas.

Carta a Cecilia

Cecilia,

No sé si recuerdas esa canción de Pedro Infante, Carta a Eufemia, que mi papá la cantaba a grito herido cuando se pasaba de copas. Hoy creo que esa carta podría ser un testimonio del final de nuestra historia.

Tal vez sientas que este punto final que puse hace algún tiempo no es coherente con lo que hoy te digo. Pero es evidente que necesitamos un cierre de aquello que en ese entonces vivimos, si no explícame por qué quieres verme. Debo decirte que te amé, tal vez no con locura, pero si con la calma que pretendí que tu imagen me trajera, una calma inmensa que desbordaba mi ser cada vez que te ponías en frente. Esto, ahora que lo pienso, seguramente se podría confundir con la pasión.

Pero de una u otra forma no fue suficiente para ti, fue evidente que no supiste entender que esos pequeños detalles que te hacía, ese llamarte a preguntarte cómo estabas, era una forma medida de decirte que te amaba, pero para ti era imposible entender porque:

Tú no sabes amar

Julio Flórez

Tú no sabes amar; ¿acaso intentas
darme calor con tu mirada triste?
El amor nada vale sin tormentas,
¡sin tempestades… el amor no existe!

Y sin embargo, ¿dices que me amas?
No, no es el amor lo que hacia mí te mueve:
el Amor es un sol hecho de llamas,
y en los soles jamás cuaja la nieve.

¡El amor es volcán, es rayo, es lumbre,
y debe ser devorador, intenso,
debe ser huracán, debe ser cumbre…
debe alzarse hasta Dios como el incienso!

¿Pero tú piensas que el amor es frío?
¿Que ha de asomar en ojos siempre yertos?
¡Con tu anémico amor… anda, bien mío,
anda al osario a enamorar los muertos!

Tal vez sea demasiado duro escuchar esto, te juro que no quiero hacerte daño, pero si no lo digo, como diría Galeano, serías aquella “…mujer atravesada en mi garganta…” A veces me gusta convencerme de que lo que tuvimos fue bello, pero hoy, desde la distancia del dolor, me di cuenta de que escondía lo monstruoso de tu ser en unos cuantos detalles; siento que poco a poco te convertiste en una esfinge que me dominaba y hundía en una imagen de mí que no podía reconocer:

Esfinge

Guillermo Valencia
A. M. G.

Todo en ti me conturba y todo en ti me engaña,
desde tu boca, donde la pasión se adivina
que empurpura los pétalos de esa rosa felina,
hasta la rubia movilidad de tu pestaña.

Todo en ti me es adverso, tu sonrisa me daña
como un hechizo, y en tu plática divina
por un campo de flores la falacia camina
fríamente cual una ponzoñosa alimaña.

Con tu rostro de mártir eres una venganza.
Tus manecitas estrangularon mi esperanza,
y es tu flor un eufobio semioculto entre tules.

Tu lámpara alimentan alas de mariposa,
arda en ella este verso que me inspiró tu prosa:
¡eres una mentira con los ojos azules!

Siempre sentí que estabas tan acostumbrada a que yo empujara el carro de nuestro amor, que exigías que te siguiera en tus constantes pataletas, por eso cuando leí tu solicitud de vernos supe que prefiero estar A Solas:

A solas

Ismael Enrique Arciniegas

¿Quieres que hablemos?… Está bien… empieza:

Habla a mi corazón como otros días…

¡Pero no!… ¿qué dirías?

 ¿Qué podrías decir a mi tristeza?

No intentes disculparte… ¡todo es vano!

Ya murieron las rosas en el huerto;

el campo verde lo secó el verano,

y mi fe en ti, como mi amor, ha muerto.

Amor arrepentido,

ave que quieres regresar al nido

al través de la escarcha y las neblinas;

amor que vienes aterido y yerto,

¡donde fuiste feliz… ya todo ha muerto!

¡No vuelvas… Todo lo hallarás en ruinas!

¿A qué has venido? ¿Para qué volviste?

¿Qué buscas?… ¡Nadie habrá de responderte!

Está sola mi alma, y estoy triste,

inmensamente triste hasta la muerte.

Todas las ilusiones que te amaron,

las que quisieron compartir tu suerte,

mucho tiempo en la sombra te esperaron,

y se fueron… ¡cansadas de no verte!…

Espero que entiendas que debo sacar todo esto, decir lo que siento para poder decirte adiós, no quiero ni puedo seguir con un amor no correspondido, no quiero seguir siendo la boca que besa, también quiero ser besado. Por eso es tan extraña tu petición, porque en mi caminar me he permitido alejarme de tu imagen y creo que hoy puedo dedicarte esa canción que tarareaba mi mamá, Tarde de Rocío Dúrcal.

Creo que al fin tengo la capacidad de decirte adiós, un adiós desahogado, un adiós incluso, tal vez amigable, aunque aún no estoy muy seguro. Incluso me atrevo a aceptar tu invitación a encontrarnos, porque después de mucho tiempo estoy seguro de poder despedirme, tal como lo hace Jorge Velosa en su canción Te digo adiós,

Adiós,

Ignacio

  • El libro de los abrazos de Eduardo Galeano
  • 50 poemas de amor colombiano, selección de Libro al Viento (se puede descargar gratuitamente en el sitio web de Idartes, Bogotá)
  • Gotas de ajenjo de Julio Flores
  • Ritos de Guillermo Valencia
  • Poesías de Ismael Enrique Arciniegas
  • Carta a Eufemia de Pedro Infante
  • Tarde de Rocío Dúrcal
  • Te digo adiós de Jorge Velosa