En la Guajira se escribe

En la Guajira se escribe

Por: Pedro José Luis Pulido Díaz
Líder del área de formación de Fundalectura

Al norte de Colombia se encuentra el único departamento con artículo femenino, lo que le da nombre de mujer, La Guajira, un territorio que nos imaginamos desértico, pero que está bañado en ríos, vientos, sol, pero sobre todo de palabras. La palabra, pütchi en wayuunaiki, como diría Vito Apüshana, escritor wayúu y embajador de su cultura en Colombia y en el mundo, tiene el poder de congregar y de conectarnos con mundos invisibles; “la palabra puede volar, pero tiene raíces profundas”

Y es en este territorio tejido entre palabras escritas y orales, en el que tuve el privilegio de ser parte de la “Fiesta del Libro y la Palabra” Filpawa. En el marco de esta celebración fui moderador de un encuentro departamental de escritores. En este encuentro conocí mujeres y hombres que han decidido dedicar su vida a buscar que la palabra vuele y se cuele en los oídos y las almas de quienes la reciben.

Eso me pasó a mí. De la Guajira enamora su mar, ese calor que hace que la sangre fluya mejor y se descongele, enamora la brisa que te reconforta cuando la temperatura te ahoga; pero, sobre todo, o por lo menos a mí, me enamoraron las palabras que fluyen como esa brisa, que a veces te acaricia, pero también te golpea con rudeza y te obliga a estar presente, aunque la frontera con el sueño esté a tu alcance.

En ese evento tuve el privilegio de encontrarme con Vicenta Siosi, la primera mujer wayúu en escribir y ser publicada. Ella, con bellas descripciones es capaz de hablar de temas desgarradores; es imposible oírla o leerla y que una lágrima no aflore en la mirada, o que el alma guarde una memoria amarga de lo que ha significado ser wayúu y mujer en este país agobiado y doliente.

También aprendí de Vito o Miguel Ángel, como le llaman allá, que cuando la palabra es dicha, no solo representa a un sujeto, sino a todo su entorno y que, en consecuencia, el individuo se debe hacer responsable de lo que dice; cuál fácil sería relacionarnos con otros si siguiéramos esta idea. También aprendí que todos somos hermanos en Abya-Yala, nombre que los Cunas le daban  a lo que hoy llamamos América, que significa tierra madura, por lo que no somos el nuevo continente, como nos han hecho creer.

También reforcé la idea de que la palabra, a veces, cuando no te la dan, hay que tomarla, es así como Hagen, una joven de 14 años, en medio de escritores consagrados, se permitió asumir la voz de los jóvenes y leyó un texto precioso que se debería leer completo, y del que yo solo hilaré, torpemente, algunas frases que han quedado cinceladas en mi mente y un poco en el alma:

  • Escribir es editar la historia desde su propia voz, y así reivindica la escritura como un derecho de todos, como la posibilidad de ser escuchados y de rehacer el mundo desde su mirada particular.
  • Cada texto es una rebelión, porque hacerse escuchar no es fácil y siempre es un acto de resistencia ante el silencio impuesto por muchos de los mayores.
  • Caminamos con tinta, con barro, con fuego, y seguirán caminando, dibujando esperanza para quienes los vemos y nos imaginamos, no un futuro, sino un presente grandioso con estos jóvenes izando las banderas del arte como revolución.

En la Guajira, los wayuu y los guajiros aprenden los unos de los otros, el intercambio es más horizontal que en otros lugares del país, es por esto por lo que, en este encuentro también nos encontramos con otras historias, esas que parecen sacadas de cuentos de García Márquez; pero que van más allá, pues son testimonio de vidas de personas que hacen de lo poético, una forma de vida.

Es así como Alejandro Ruto, hijo de migrantes italianos, el historiador de Maicao, nos contó la historia de la señora que se ganó la lotería y, en vez de viajar o adquirir algo para ella, decidió comprar un lote y construir un parque para su pueblo. Este parque hoy se llama Simón Bolívar, aunque el libertador nunca pasó por allí, cuando debió llevar el nombre de su anónima benefactora.

Descubrí que para el pueblo Wayúu los sueños son trascendentales y marcan la vida espiritual; entendí que mucho antes que Borges pensara los sueños en su arte poética, los wayúu ensayan la muerte todos los días, cada vez que cierran los ojos, tal como lo dijo William Leal Pushaina, escritor y crítico literario del municipio de Nazareth en la Guajira. Esto, por supuesto, está en la poesía, en la literatura, pero sobre todo en el día a día de la gente de la Guajira que vive en un límite difuso entre la vigilia y la ensoñación.

Cuando escuchamos estas voces se abren otras muchas preguntas, ¿cómo hacemos las personas del resto del país para encontrarnos con historias como estas? ¿dónde las buscamos? ¿qué hacemos para que nuestros universos literarios se enriquezcan con estas miradas? Las respuestas no son fáciles, al mundo editorial le falta mucho por pensarse en cómo diversificar las voces que nos traen, las bibliotecas públicas hacen esfuerzos, pero no son suficientes.

Vale la pena recordar, como dijo Vito, que la palabra es un órgano vivo que debe servir para congregarnos, que la palabra es unión y que hay que saber dar la palabra y entender la responsabilidad de lo que implica.