Por: María Angélica Plata Linares
Profesional del área de Formación de Fundalectura
Hace varios años, en el Centro de Documentación “Leer en familia” de Fundalectura, alguien nombró la existencia de un proyecto en la isla de Lampedusa, liderado por la sección italiana de IBBY (en inglés, International Board on Books for Young People), que reconoce en los libros álbumes sin palabras la posibilidad de que diferentes seres humanos, que no hablan el mismo idioma y atraviesan situaciones de vulnerabilidad, se conecten, entretejan lazos y ejerzan sus derechos culturales.
El libro álbum, o picture book, es un género en constante construcción. Acá no hablaremos de su origen: solamente mencionaremos que en él imagen y palabra se amalgaman y dialogan de diversas formas, siempre sorprendentes, y que existen libros álbumes sin palabras (wordless picture books), que también son conocidos como “libros silentes” (aunque muchas personas cuestionan la validez de este término).
Cuando evoco mis lecturas de infancia o de los primeros años escolares, por allá en la década de 1990, inmediatamente pienso en las diferentes colecciones de Norma: Torre Roja, Torre Azul, Torre Amarilla y Torre Verde. Especialmente, recuerdo “Solomán”, de Ramón García Domínguez; las muchas historias de Franz, de Christine Nöstlinger; “La puerta olvidada”, de Paul Maar, y “King-Kong, mi mascota secreta”, de Kristen Boie. También, otros dos títulos que solicitó el colegio cuando entré a transición y que continúan ocupando un lugar especial en mi biblioteca: “Amigos”, de Helme Heine, y “El estofado del lobo”, de Keiko Kasza. Sí: más de veinticinco años después de las primeras lecturas, siguen despertando sonrisas, alegrías y correspondencias.
Mientras escribo, reconozco que, a pesar de que en las historias arriba mencionadas las ilustraciones despertaban mi interés, les daban vida a ciertas palabras y, sobre todo, permitían una pausa en la lectura de los párrafos, nunca me pregunté por las personas que creaban esos dibujos, esas imágenes. Y también hago consciencia de que, en la mayoría de los libros que circulaban en esa época, rara vez se daba el reconocimiento del autor del mundo visual: el nombre del ilustrador o la ilustradora si acaso aparecía en la página legal, diminuto, pero nunca en la portada.
Actualmente, gracias a diversos factores, el panorama del libro ilustrado es muy diferente y continúa evolucionando. Como género, el libro álbum nos recuerda que tanto la palabra escrita como la imagen son textos que invitan a ser interpretados y que permiten hilvanar significados, construir sentido y, por extensión, ampliar nuestra comprensión del mundo interior y de las realidades que habitamos junto a otros seres.
Pero lo que más me interesa destacar en esta página de Librómetro es que el libro álbum posibilitó el reconocimiento de la labor de los ilustradores como creadores. Con el libro álbum, además, apareció el concepto de “autor integral”: quien escribe e ilustra y a veces diseña, quien combina estos lenguajes para crear una sólida propuesta narrativa y visual que encanta a grandes y a pequeños.
En nuestro país, que además cuenta con maravillosos proyectos editoriales independientes, se vive un auge del libro álbum y destacan Claudia Rueda, Paula Bossio, Amalia Satizábal, Dipacho, Carlos Díaz Consuegra, Ivar Da Coll, Jairo Buitrago, Rafael Yockteng, entre muchos otros autores.
Pero regresando a lo que sucede en la isla italiana…
Debido a su ubicación (es la parte del territorio europeo más cercana al norte de África), desde principios de la década de 2000 Lampedusa ha recibido a miles de migrantes que emprenden el viaje a través del Mediterráneo, y ha vivido numerosas crisis migratorias.
En 2012, IBBY Italia lanzó el proyecto “Libros silenciosos: del mundo a Lampedusa y de vuelta”, con el objetivo de crear la primera biblioteca infantil en Lampedusa para niñas y niños locales, migrantes y refugiados. El propósito fue recolectar libros álbumes sin palabras y armar una colección de calidad que pudiera ser vivenciada por niñas y niños de diferentes procedencias y que superara las barreras lingüísticas.
A partir de 2013 y cada dos años, las diferentes secciones de IBBY nominan libros álbumes sin palabras producidos en cada país y la organización evalúa, selecciona y elabora una lista de honor. Tengo entendido que de cada libro las secciones envían tres ejemplares: uno se deposita en el Palazzo della Esposizioni, el archivo de documentación e investigación de Roma; otro alimenta la colección de la biblioteca de Lampedusa y el tercero conforma la colección itinerante, que se exhibe en la Feria de Bolonia, en congresos y otros espacios.
En 2020 lanzaron un proyecto piloto llamado “Books on Board”, que contemplaba la entrega de maletas rojas portátiles con libros álbumes sin palabras, papel, lápiz y una alfombra plegable a niñas y niños que llegaban a bordo de barcos de rescate en el Mediterráneo.
Además, anualmente, a través de los Campamentos IBBY convocan voluntarios (escritores, ilustradores, docentes y promotores de lectura) para desarrollar actividades en la biblioteca y en las escuelas de Lampedusa. “From every river to every sea” es el slogan de la decimotercera convocatoria, que está vigente.
En 2023, Fundalectura (sección de IBBY en Colombia), nominó varios libros álbumes sin palabras y en la lista de honor quedaron seleccionados “¡Ugh!”, de Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, y “Cazucá”, de Óscar Pantoja y Flor Capella. “Antonia va al río”, de Dipacho, recibió una mención especial.
Puedes conocer más de esta bellísima iniciativa en @bibliotecaibbylampedusa o en www.ibby.org.
También te invitamos a explorar estos tres libros destacados en alguna de las bibliotecas o librerías de la ciudad.