Otra carta de amor

Otra carta de amor

Como antes he confesado, muchas cartas de amor y desamor han llegado a mis manos, tal vez porque sea más mi destino ser testigo que protagonista de historias de amor. Hoy quiero compartirles otra.

Carta a Adele

Querida Adele,

Tal vez esta carta sea más una serie de confesiones que otra cosa.

Quiero confesar que te conocí antes de que lo supieras. Como sabes, soy una persona tímida y me cuesta involucrarme, pero contigo las cosas fueron diferentes. Ese día te vi en el Transmilenio sin que te dieras cuenta: tenías la mirada perdida en la ventana, llevabas una chaqueta negra, el cabello recogido y escuchabas música mientras seguías el ritmo con tu pie. En un principio creí que sucedería como en aquel poema:

Desencuentro

Ramón Cote

Si mi vida hubiera ido
a otra velocidad
y el tiempo me hubiera regalado diez años
menos,
y si al mismo tiempo a la tuya
le hubieran acelerado los latidos
de tu corazón
para tener diez años
más
tal vez estaríamos a esta hora
celebrando el encuentro
frente a un par de cervezas en la terraza de un café,
felices de que el azar hubiera tramado
esta cita un soleado mediodía de julio,
hecho a propósito para iniciar una duradera historia de amor.

Pero nada de esto es lo que sucede ahora
en la que te miro caminar solitaria por la acera
con largo tu pelo color miel que te cae
como una silenciosa catarata por tu espalda
atravesado por la luz y desordenado por el aire,

y en la que tú me miras pasar lentamente
en un autobús y ves una cara
ausente que te observa desde la ventanilla
y que te parece por un momento familiar.

Pero el tiempo tenía otros planes para nosotros
porque el semáforo cambió a verde,
porque sonó una llamada en tu celular,
y la tarde siguió su curso,
tú con tu edad y yo con mi herida.

Ahora ya lo sabemos:
a veces el destino es el más tirano de los dioses,
y el amor es el más avaro a la hora
de repartir sus poderes.

Pero me negué a rendirme ante los dioses me acerqué y te dije al oído: “tú estás enfermando un corazón, ojalá tengas la fuerza de curarlo” desconcertada trataste de encontrarme, pero ya era demasiado tarde, yo ya había descendido del bus y mi valentía se había reducido a una valentonada. Después de eso te olvidé y jamás pensé volver a verte. Pero el destino siempre toma su venganza.

Tiempo después empecé a trabajar donde me conociste. Tengo una costumbre extraña de buscar la mujer más bella a donde llego para convertirla en mi amor platónico, aunque nunca me atreva a declararme. Aquí va mi segunda confesión, no fuiste mi opción, otra, cuyo nombre me reservo, cumplió este rol; pero, como ya te lo había dicho, el destino juega con poderes que no entiendo.

Poco a poco la imagen de aquella mujer se fue desdibujando y en mis sueños, tu silueta, que creía perdida, aparecía inundando mi inconsciente. Desde luego, demoré en identificarte; solo te soñaba. Por eso aquel día que salimos, y aquí va mi tercera confesión: cuando me preguntaste que con qué soñaba y yo te dije que contigo, no me estaba declarando, en realidad te estaba contando un sueño recurrente. Al ver tu reacción recordé tu sorpresa ante el piropo del bus y supe que:

Te esperé desde siempre

Matilde Espinosa

Cómo te amo amor, cómo te amo:
mi embarcación de pulsos,
mi contenido aliento,
mi temblor delirante.
Eres radioso y puro,
estación de los frutos
cantados por la tierra
en su ansiedad secreta;
eres también la lluvia
que va cayendo lenta.

Vienes de lo ignorado,
presencia arrebatada,
floración que se abre
al límite de la noche.

Te esperé desde siempre
cuando el viento mecía
tu nombre entre los árboles;
cuando todas las cosas
recién amanecían
guardándoles un sitio
a la rosa y al trigo,
al vuelo y la paloma,
al rumor de los bosques
cuando el amor cantaba.

Te esperé desde siempre.

Debo admitir que tu desconcierto fue paralelo al mío, pero seguramente esta era la última oportunidad de encontrarte y no estaba dispuesto a perderla, así que hice de tripas corazón y me atreví a declararme.

Declaración de amor

Helcías Martán Góngora

Las algas marineras y los peces,
testigos son de que escribí en la arena
tu bienamado nombre muchas veces.

Testigos, las palmeras litorales,
porque en sus verdes troncos melodiosos
grabó mi amor tus claras iniciales.

Testigos son la luna y los luceros
que me enseñaron a esculpír tu nombre
sobre la proa azul de los veleros.

Sabe mi amor la página de altura
de la gaviota en cuyas grises alas
definí con suspiros tu hermosura.

Y los cielos del sur que fueron míos.
Y las islas del sur donde a buscarte
arribaba mi voz en los navíos.

Y la diestra fatal del vendaval.
Y todas las criaturas del océano.
Y el paisaje total del litoral.

Tú sola entre la mar, niña a quien llamo:
ola para el naufragio de mis besos,
puerto de amor, no sabes que te amo.

¡Para que tú lo sepas, yo lo digo
y pongo al mar inmenso por testigo!

Con el más inmenso amor,

Arturo.

  • Como quien dice adiós a lo perdido de Ramón Cote
  • 50 poemas de amor colombianos Antología de Libro al Viento
  • Escrutinio parcial de Hacías Martán Góngora