Todos los monstruos leen en octubre

Todos los monstruos leen en octubre

Por: Viviana Acero Mora
Profesional del área de formación de Fundalectura

Dicen que octubre huele a calabaza, a libros viejos y a promesas de susto. Es el mes en que las brujas sacuden el polvo de sus escobas, los gatos negros ensayan sus maullidos de medianoche y los lectores (esos otros hechiceros) se preparan para adentrarse en las páginas donde habitan las criaturas del mal. Porque, lo que pocos saben, es que en la literatura los monstruos también tienen su propio aquelarre, en donde se reúnen, discuten, se quejan de sus autores y hasta comparten trucos para espantar mejor.

Todo comienza con Frankenstein, quien no es un monstruo, sino la víctima de un mal experimento. En el banquete de octubre, se sienta en una esquina con un vaso de vino (tinto, por supuesto) y suspira: “No me odien, solo soy un malentendido con problemas de autoestima”. Frankenstein es el recordatorio de que a veces el verdadero horror no está en los tornillos del cuello, ni en las múltiples cicatrices del rostro, sino en el rechazo de los demás.

A su lado, Mr. Hyde no necesita maquillaje de Halloween. Es el primo incómodo que llega sin invitación y arruina la fiesta con su brutal honestidad. Representa aquella parte de nosotros que preferimos esconder: la rabia, el deseo, la crueldad que tenemos dentro en pequeñas o grandes dosis. Si lo pensamos bien, Mr. Hyde vive en cada persona que alguna vez ha gritado “¡Ya no puedo más!” y ha roto un plato con estilo shakesperiano.

De pie, frente a la chimenea está Dorian Gray, con la frialdad y encanto que lo caracterizan. Aparece impecable, como recién salido de una revista de moda del siglo XIX. Sediento por satisfacer cada oscuro deseo de su corazón y consciente de que, tal como lo dijo su querido amigo Lord Henry, la única forma de deshacerse de una tentación es ceder a ella, y así, mientras todos conversan, su retrato, oculto en algún rincón de la casa, envejece, se pudre y ríe en silencio. Wilde, su creador, sabía que el diablo ya no necesitaba cuernos para asustar a los humanos, solo un espejo.

Al fondo de la habitación alguien toca el piano. Kurtz, de El corazón de las tinieblas pide que suene algo tribal. No baila, claro; medita, sobre cómo la jungla, aunque peligrosa e implacable, no se compara con la crueldad, corrupción y la codicia humana. Él representa al monstruo que no nace, sino que se construye pese a los discursos civilizados y sueños idealistas. Si lo invitas a hablar, prepárate para una conversación incómoda sobre la humanidad y sus tinieblas.

Entre risas nerviosas aparece Mefistófeles, el demonio más elegante de la literatura, con su capa elegante y sus dientes afilados. Se acerca a ofrecerte un trato: éxito, conocimiento, juventud eterna. Pero cuidado, en octubre las ofertas infernales están al dos por uno: abundan los contratos con letra menuda y promesas falsas. Fausto lo aprendió, cuando descubrió que ningún pacto puede comprar la plenitud, porque el precio no se paga en oro ni en sangre, sino en silencio y culpa.

Rozando el techo de la casa, flota Cthulhu, inmenso e incomprensible, incapaz de adaptarse a la mesa. No necesita palabras: su simple presencia recuerda que el universo no nos debe explicación. Mientras todos hablan de ética, él bosteza, porque el horror cósmico no entiende de moral. Para él, la existencia del ser humano, así como sus preocupaciones y sueños son totalmente insignificantes.

Cerca de la escalera, Randall Flagg no necesita presentación: Es el villano camaleónico de Stephen King, nacido en The Stand (Apocalipsis) y reencarnado una y otra vez en distintas novelas del autor: a veces hechicero, otras profeta, otras político. Cambia de rostro, de nombre y de siglo, pero siempre con el mismo perfume de caos. Es el influencer del mal, un demonio con múltiples perfiles con contenido ilimitado para la maldad.

Y para cerrar la velada, el insano Juez de Guy de Maupassant, entra sin hacer ruido. Nadie sabe su nombre, ni si es hombre o demonio, pero todos bajan la voz. Habla de guerra como si recitara poesía, parece disfrutar cada gota de destrucción. No necesita hechizos ni pócimas: su poder está en la palabra y eso, precisamente es lo que lo hace tan peligroso.

En esta temporada, donde los disfraces intentan domesticar al miedo, los verdaderos monstruos se ríen de nosotros. Porque ellos no necesitan luna llena, ni cementerios; viven en la imaginación, en la ambición, en la culpa. Son espejos literarios donde el lector se asoma y, a veces, reconoce un poco de sí mismo.

Así que, si al terminar estas palabras y pasar la página sientes que alguien te observa, no temas. Tal vez sea Frankenstein buscando conversación o Dorian revisando su selfie interior. Octubre es su mes, así que cuando el sol salga, los monstruos regresarán a sus libros  y el aquelarre se disolverá entre carcajadas  y sombras, solo quedará el eco de sus voces, recordándonos que el mal, así como la literatura, tiene varias formas.

Lecturas Recomendadas

  • Frankenstein, de Mary Shelley
  • El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde
  • El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad
  • Fausto de Johann Wolfgang von Goethe
  • La llamada de Cthulhu de H. P. Lovecraft.
  • The Stand de Stephen King
  • Cuentos completos de terror, locura y muerte de Guy de Maupassant